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Sobre la orilla oriental del río Magdalena, unos cuantos kilómetros antes de que sus aguas desemboquen en el Caribe, existe un pequeño municipio llamado el Plato         . Un pueblo donde, al igual que en la mayoría de sitios que adornan el recorrido del río, la vida comienza temprano y se paraliza hacia medio día por el implacable calor, para volver a activarse una vez el sol empieza a desaparecer del firmamento. Allí, la mayoría de personas viven de la pesca, con las primeras luces recorren el río en su boga, cargando con la atarraya y la esperanza de pescar lo necesario para vender y para llevar a su casa.

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Existió un pescador de nombre Saúl Montenegro, que después de sus viajes de pesca se dedicaba a la fiesta, tenía un apetito desaforado por las mujeres que lo llevaba a las orillas del río a espiarlas entre los arbustos        , mientras estas se daban un baño en estas orillas del río Magdalena.

Él quería acercarse más, pues lo abrumaba el deseo de verles las partes íntimas a las mujeres, y su idea era convertirse en caimán, para sigilosamente llegar hasta ellas. Un día supo de un brujo indígena en la Guajira, que preparaba unas pócimas que lo harían convertirse en caimán. Sin pensarlo dos veces, partió hacia una ranchería en la alta guajira, en donde efectivamente el brujo tenía las pócimas, una blanca que lo convertía en caimán; y una roja que lo volvía humano de nuevo.

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Una vez que volvió al pueblo, le pidió a su amigo que le echara la pócima blanca; al hacerlo esta hizo un resultado extraordinario que de inmediato lo convirtió en un caimán. Lleno de placer se lanzó al río y sigilosamente se acercó para cumplir su deseo de ver muy de cerca las bañistas; y agazapado entre las piedras, pasaba el tiempo que duraba el baño de las muchachas, sin ser visto por ellas. Luego regresaba, y como había acordado con su amigo, este lo esperaba en la orilla y le echaba la pócima roja, que, con la misma efectividad de la blanca, lo convertía en el ser humano llamado Saúl.

Un día este par de amigos se fueron a parrandear y su fiel compañero se pasó de tragos y no lo podía acompañar al día siguiente, por lo que invito a otro amigo. Este le echo la pócima blanca        sin ningún problema, pero cuando vio emerger al pescador Saúl en forma de caimán, del susto que le causo, dejó caer la botella con el líquido rojo sobre las piedras. Sin embargo, unas pocas gotas cayeron sobre la cara, haciéndole recuperar únicamente la cabeza, por lo cual el resto del cuerpo quedó convertido para siempre en caimán.

Con la cabeza de hombre y el cuerpo de caimán, el pescador Saúl se convirtió en el más macabro terror para las mujeres del Plato        , que no volvieron a bañarse en el río, por el temor de encontrarse con el hombre caimán. Por ello para llegar a alcanzar de nuevo la tranquilidad del pueblo del Plato, los pescadores se propusieron cazarlo en los pantanos o pescarlo en el río Magdalena.
La única persona que sabía la tragedia era su
madre, quien le colocaba alimentos en determinados lugares, y en algunas ocasiones hablaba con él, quien le pidió insistentemente que buscar al indio piache o brujo en la Alta Guajira, para que de nuevo le preparara la botella del líquido blanco.

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Ella fue al lugar indicado, pero con gran sorpresa tuvo conocimientos de la muerte del brujo piache; y a pesar de sus contactos con otros piaches, ninguno pudo hacer el líquido blanco. Desesperada ante ello, la madre del Hombre Caimán murió con gran tristeza.
Saúl, «El Hombre Caimán» se abatió tanto por haberse quedado solo con la funesta tragedia, que decidió partir hacia el mar por el río Magdalena      y Bocas de Ceniza. Desde entonces los pescadores del Bajo Magdalena, desde Plato hasta el mar, estuvieron pendientes para pescarlo en el río o cazarlo en los pantanos de las riberas. Así se convirtió en una leyenda que se ha trasmitido de generación entre los habitantes del Plato.

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